La infección destruye la piel y los tejidos blandos y causa grandes úlceras, generalmente en piernas y brazos. Los pacientes que no reciben tratamiento rápidamente sufren discapacidad funcional a largo plazo, como limitaciones de los movimientos articulares y problemas estéticos apreciables. El diagnóstico y el tratamiento tempranos son fundamentales para evitar esas discapacidades.
El microorganismo causante de este tipo de afección precisa de una temperatura de entre 29 y 33 grados; y una baja concentración de oxígeno para crecer y proliferar. Éste produce una toxina destructiva, la cual provoca daños en los tejidos e inhibe la respuesta inmunitaria.
En cuanto al tratamiento, los antibióticos son imprescindibles. Antes se empelaban con mayor frecuencia los tratamientos invasivos quirúrgicos, pero se ha comprobado que la tasa de curación mejora gracias a los antibióticos como riftamina combinada con un aminoglucósido, fluorquinolona, macrólido o dapsona. El protocolo a seguir es diferente según sea traten de úlceras pequeñas o grandes. Pues es recomendable un desbridamiento de tejido necrótico en úlceras mayores de 15 cm; y sin embargo, está contraindicada la cirugía en lugares críticos cercanos de la órbita o genitales.
A pesar de todo esto sigue siendo una enfermedad bastante desconocida, de la cual hace unos años apenas se sabía cómo tratar, pero hoy en día gracias a los avances médicos la conocemos un poco más en profundidad.